Erosionadas por el tiempo, las pinturas rupestres y petroglifos de Santiago Laollaga desaparecen piedra a piedra, arrastrando consigo los misterios de las culturas ancestrales que habitaron el Istmo de Tehuantepec.
Los que caminan los cerros y cuevas de Laollaga, los comuneros, dicen que el origen de estos
sitios arqueológicos --resguardados entre la vegetación de los cerros-- se
pierde en la memoria de los habitantes.
Romeo, nuestro guía en esta expedición, explicó que el
misterio que envuelve a estos sitios le ha valido su permanencia, sin embargo,
con la ampliación de la infraestructura urbana y con los megaproyectos predestinados
para la región, se teme que su destrucción sea definitiva.
La Cueva del Diablo, nombre que le ha valido el temor de los
habitantes, abriga las pinturas rupestres con formas de animales que el
arqueólogo Roberto Zárate Morán, especialista en la pintura rupestre en el
Istmo de Tehuantepec, registró en los años 80.
Desde entonces –hace 30 años—no se ha realizado otro estudio
serio en la zona y mucho menos un programa de conservación que involucre a la
comunidad.
Las principales amenazas a estos sitios son el proyecto
minero de más de 12 mil hectáreas en la zona y el proyecto de la represa
“Tablón de Primavera” en Laollaga, los habitantes señalan que es importante dar
a conocer estos lugares mediante un programa de difusión en los planteles
escolares, de manera que desde niños se conozca este legado, además de mantener
la vigilancia y preservación de estos sitios para evitar su destrucción.
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