Ves el reloj: 7 de la noche. En este momento, de acuerdo al noticiero que escuchaste en la mañana, se cumplen 150 años de haber sido entonado por primera vez en una ceremonia oficial el Himno Nacional Mexicano; es difícil creer en la historia, ¿no?; pero, si es ficción, a quién le importa.
Caminas por la Calle Central tropezando con los adoquines chuecos, Juan Sabines -piensas- no imaginó que este camino sería tan duro. ¿Juan Sabines? Repites en voz alta, pero si acabas de verlo en una lona colgando de un poste, ¡con los colores de la bandera! Reflexionas sobre el Eterno Retorno de todas las cosas.
Hay pocas personas, aún no llegas al parque, pero definitivamente hay pocas personas. Sonríes porque alguien grita ¡Viva México, cabrones! Es un muchacho con playera de la Selección Mexicana de futbol. Pasas por el mercado, caminas sobre un dinosaurio que acaba de salir del pantano, cuidas de no salpicar y de no ser salpicado.
Parque
Desde la primera-sur hay policías recargados en brandales blancos. Los polis dejan pasar sin problemas a “la gente del grito”, pero si “la gente del grito” es “sospechosa”, les revisan todo. Eres clasemediero, te acabas de bañar y tienes una brillante credencial de universidad vigente hasta el 2005, no te preocupas.
Te divierte la idea de cargar una bomba en la mochila. Dices buenas noches. Cruzas la valla y no vas directo a los esquites. Ves a todas partes; observas -por última vez- el centro de Tuxtla Gutiérrez, antes de la imaginaria explosión:
Las nubes descansan en los cerros: duermen y son una manada de elefantes. Desde los triciclos estacionados en diagonal, los vendedores se pierden en la bruma del maíz. Es cinematográfico –piensas. Las personas se mueven despacio, la luz se concentra frente a Palacio de Gobierno, los charcos negros vibran reflejando papelitos verdes, blancos, rojos. La Catedral muestra con orgullo una lona con el retrato de Miguel Hidalgo. El Congreso con las luces rojas imita a los burdeles. Esperas un momento. Listo: ya eres un hombre bomba. Pasa un rato. Sientes que ya no es emocionante imaginar que el parquecito se levanta en pedazos y que una línea violenta parte 10 metros a la redonda –quizá menos. Estás aburrido.
Grito
Estadísticamente (5 de 5) nadie de tus conocidos fue “al grito”, todos “pasaban”. Aunque luego los encuentres distraídos a una cuadra de Palacio. Les avergüenza. La voz oficial anuncia el inicio de la celebración (no hace falta saber si viene o no de las bocinas oficiales, la voz oficial siempre suena igual). Te acercas. Debajo del graderío metálico, que escurre óxido y lodo de zapatos, ves al Gobernador y sus pajes. Entre la multitud puedes ver la escolta del Ejército Federal Mexicano, no puedes creer que sean los mismos que escuchaban backstreet boy´s en sus camiones (te sorprendió la “rara” recreación estética de los militares pero, sobre todo, el rating de los grupos-pop-juveniles-gringos a la Zona Militar N. 7).Aunque el acto es curioso, dirías ridículo, casi nadie se ríe. Tú tampoco quieres hacerlo, recurres a tu nacionalismo ortodoxo y mal comprendido. Ves los colores de la bandera, las luces, escuchas el tono del discurso que no cambia sólo que esta vez el Himno cumple 150 años. Un diablillo dentro de la cabeza te dice: México no existe, mexiconoexiste, méxico-no-exis-te. El clarín silencia al auditorio; con su “bélico acento” te hace apretar los dientes, piensas en la guerra.
Artillería
Que viva. Que viva. Caminas entre la multitud, que a cada minuto se acrecienta porque después de la “ceremonia” vienen los Temerarios. Suena simbólicamente la campana de la independencia. Te diriges a la Catedral porque sabes que desde el kiosco-sur detonarán los fuegos de artificio. Esperas que la voz oficial invite al público a disfrutar del espectáculo.
Estás a 15 metros de los tambos negros que explotan, sientes el zumbido, esa chispa que avanza, avanza y ¡moles!, el rugido, las luces como inmensas bolas que se expanden, rojas, verdes, moradas. Serpientes, estrellas enanas. Más expectación… más retumbos y luces. Piensas que talvez la independencia real genera ese júbilo entre la garganta y el pecho.
Termina el artificio y las personas dejan de ver el cielo. Te quedas un momento porque te gusta el olor a pólvora y ves cómo los técnicos detonan con cigarros las cargas dormidas en los tambos. Sabes que en un momento más Los Temerarios iniciarán el concierto, sabes que es el momento para largarte a casa.
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